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miércoles, 21 de abril de 2010

Fragmento de El Amanecer del Capitalismo y la Conquista de América, por Volodia Teitelboim. (1943)



La primera fase medieval acusó una extrema indigencia en metales nobles, que vino a subsanar en parte la conquista musulmana de España, debido a la explotación de varias minas. Luego, Europa central, cuyos yacimientos auríferos más señalados se encuentran en Alemania, Bohemia, Hungría, Inglaterra y el Norte de Francia, poseyó las fuentes más ricas. En el siglo precedente al descubrimiento de América, disminuyó la producción por defecto del trabajo minero y bajaron también sus reservas porque el oró y la plata emprendían fuga al Oriente, en pago de las apetecidas especias. Es el momento en que descuellan los reyes tramposos, los monederos falsos coronados.

Mas todo cambió de golpe cuando los españoles descubrieron e iniciaron la conquista de México y del Perú. La esperanza arrebatada de todas las clases sociales se vuelca, entonces sobre el Nuevo Mundo. El oro y la plata ultramarinos son la panacea universal, la llave para reinar sobre la tierra y el cielo. El arribo de las primeras remesas de metales preciosos del Hemisferio Occidental abre las' más fantásticas perspectivas. Sombart llega a sostener “que el Estado moderno nació en las minas de plata de México y del Perú y en los placeres auríferos del Brasil.”
Para lograr el oro, no había límite ni medio vedado. Los conquistadores entraron a sangre y fuego en las nuevas tierras. El capitalismo quedó tatuado “ad aeternum” con la marca de la violencia, pues “esta acumulación primitiva juega en la economía política más o menos el mismo papel que el pecado original en la teología. Adán mordió la manzana y el pecado recayó sobre toda la especie humana

“En la historia real de la conquista, el esclavizamiento, el asesinato y el pillaje, en una palabra, la fuerza bruta, juega, como se sabe el primer papel. El idilio no se ha conocido sino en la dulce economía política, según la cual; el derecho y el trabajo han sido siempre los únicos medios de enriquecerse. En realidad, los métodos de la acumulación primitiva no tienen nada de, idílicos”
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África se convirtió en una mina de esclavos. La ausencia de montañas protectoras en la costa, hizo fácil la penetración de los invasores europeos. Alrededor de 15 millones de negros fueron vendidos en América en el transcurso de cuatro siglos; pero cada esclavo subastado debe multiplicarse por cuatro, pues tal era la proporción de cadáveres que quedaban tendidos en la selva coma balance de las redadas, o en el fondo de los océanos; muertos durante las terribles travesías de los barcos negreros. Se calcula que Africa perdió cerca de cien millones de sus hijos debido al comercio esclavista.
Tan substancioso era el negocio que los perros cazadores mordíanse, coléricos, por obtener el monopolio. Inglaterra y Holanda sostuvieron por ello dos guerras y en el Tratado de Utretch, suscrito en 1713, la primera impuso una cláusula que le concedía por treinta y tres años el derecho exclusivo de transportar esclavos a las colonias españolas de ultramar.
En el umbral de la historia americana la conquista europea cortó a filo de espada la evolución de las sociedades nativas. Cae sobre los aborígenes coma una avalancha de un mundo más desarrollado en todos los órdenes y, por ende, más poderoso. Esta invasión, a diferencia de otras que como ellas dieron origen a nuevas naciones, no opera sino débilmente con efecto asimilativo. Su resultado es el aniquilamiento de las formas de vida propias del vencido.
Pronto aquélla ilusión aborigen de que hablaba Colón en carta a Luis de Santángel, del 15 de Febrero de 1493, del “venir a ver la gente del cielo –refiriéndose a los europeos–, venid, venid y veréis gente que han venido de la región etérea”3, sufre una horrible transformación.
De repente, los indígenas ven con estupor precipitarse sobre sus seres e instituciones un cataclismo, que en los instantes del desconcierto inicial no atinan a atribuir sino a deidades malignas, a fuerzas nebulosas de la naturaleza, que arrasan, con la furia de una inexorable vorágine, todo su aparato social, remueven sus cimientos económicos, desarbolan su estructura familiar y religiosa.
Así el destino de la colonia fue levantarse sobre un campo continental de ruinas, sobre cementerios de culturas que no pudieron resistir el embate de elementos más avanzados en la escala del progreso humano.
La conquista y el coloniaje, al imponerse sobre la destrucción violenta de las sociedades establecidas, producen un salto en el vacío, arrollan, derrumban y aplastan, arrancando de cuajo y borrando lo existente, ahogando en ciernes las posibilidades de la evolución natural. Fueron, en el fondo, una sangrienta, inmensa y productiva empresa emprendida y consumada por exponentes de una sociedad que pasaba ya por el dintel de pillaje y rapiña de la acumulación primitiva del capital.
Despuntaba el alba moderna y en el carcomido seno feudal, revestido de hábitos y símbolos místicos, que pretendía sobrevivirse mediante la Contrarreforma y el terror negro, habían empezado a palpitar con energía expansionista los gérmenes burgueses. La palanca humana, el puño armado de ese proceso, estaba llamado a destrozar sin piedad la existencia social de las tribus americanas, que, en el más adelantado de los casos, no superaban el estado medio de la barbarie.
Los conquistadores señorearon en el mundo recién abierto en forma absoluta y monopolista. Implantaron el repartimiento. Gozaban de privilegios para robar y estafar a pueblos y continentes enteros. Y la riqueza de los mercaderes europeos creció y se multiplicó al calor de los ingentes tesoros arrancados a los nuevos territorios. Implantaron en ellos precios a sus antojos é hicieron del saqueo una norma respetable. Sobre tales piedras sillares prohibitivas, anegadas en sangre, se levantó cada vez más alto el edificio de los capitalistas, que en une época en que el maquinismo no había impuesto todavía su triunfo continuaban siendo en primer lugar comerciantes y secundariamente industriales.
En ese momento todo comenzó a tener precio en la feria mundial.
El Estado se vendió a los hijos de la fortuna, a los tratantes de negros y a los traficantes en especias, a los asesinos que portaban el lauro dorado, al astuto mercader transformado en banquero. Por aquel entonces se inició la danza de la deuda pública, consuma modestia en relación a las cifras de diez ceros de la actualidad. Fue enajenado el Estado, cualquiera que fuese su forma política, mediante el préstamo hecho por los bancos particulares, que, en buen romance no prestan nada, “pues –conforme las palabras de Marx–, su capital, transformado en efectos públicos de fácil circulación, sigue en sus manos como si fuese numerario... Desde su creación, los grandes bancos, engalanados de títulos nacionales, sólo son asociaciones de traficantes privados, que se establecen al lado de los gobiernos y merced a los privilegios que éstos les conceden, hasta llegan a prestarles el dinero, del público.”
Y el oro compró también a la Iglesia, sobornó a los Papas, fue adorado como el nuevo Dios. Confería a su Poseedor la irreverencia más ilimitada respecto a, las cosas sagradas. El banquero florentino Cosme de Médicis, aun con anterioridad al descubrimiento de América gustaba ya de jactarse: “Hubiese querido tener por deudores a Dios padre, al Dios Hijo y al Espíritu Santo para meterlos en mis libros de cuentas.” Eran, de verdad los únicos que faltaban, aunque no sería decoroso negar que estaban endeudados hasta las orejas por intermedio de sus representantes en la tierra. Su Santidad, en mora, en garantía de pago, tuvo qué entregarle Assise, una de sus principales plazas fuertes.
El oro hace a los banqueros iguales a los, Pontífices. Lorenzo el Magnífico casa tranquilamente a su hija Magdalena con el vástago del Papa Inocencio VIII. Su propio primogénito, en cancelación, es ungido cardenal la los diecisiete años y luego ascenderá al trono de la cristiandad, con el nombre de León X. Cuando por obra y gracia del oro, se ciñó la mitra, en el fondo polvoriento de las olvidadas Escrituras, debe haber rechinado los dientes de ira la Epístola de Santiago a las Doce Tribus de la Diáspora, comprendiendo cuán vana e inútil había llegado a ser, ella, que en su texto original; exclamaba, execrando la opulencia “Ea, ya ahora, ¡oh, ricos!, llorad por vuestras miserias que os vendrán. Vuestras riquezas están podridas. Vuestro oro y, plata están corrompidos de orín; y su orín os será en testimonio, y comerá del todo vuestras carnes como fuego. Os habéis allegado tesoro para los postreros días. He aquí él jornal de los obreros que han segado vuestras tierras, el cual no les ha sido pagado de vosotros, clama; y los clamores de los que habían segado, han entrado en los oídos del Señor de los Ejércitos. Habéis vivido en deleite sobre la tierra, y sido disolutos habéis cebado vuestros corazones como en el día de sacrificios. Habéis condenado y muerto al justo; y él no os resiste”
A pesar de la Epístola; la banca estaba sentada en la silla de San Pedro. Signo del tiempo, queErasmo de Rotterdam puso bajo la luz de sus rayos en “El Elogio de la Locura”: “Mirad a vuestro alrededor; los papas, los reyes, los jueces, los magistrados, los amigos, los enemigos, los grandes y los pequeños, todos tienen un sólo móvil: la sed de oro.”
El metal precioso pudrió y empapó de hipocresía toda la sociedad. “No hay comerciante, militar ni juez que no crea que haciendo una ofrenda de un escudo, después de haber robado miles, lava todas las suciedades de su vida; que los perjurios, las impurezas, los excesos, las querellas, las muertes, las perfidias, las traiciones, son compradas trato hecho con el cielo”
4.
(…)
La participación del capitalismo primitivo europeo en América no fue un capítulo escrito por azar, que fluyese milagrosa y misteriosamente de la nada y a la nada volviera. No fue una comedia inaudita ni una tragedia inconclusa, que la historia representara en horas de de tristeza o de humor. Fue el florecer del árbol “siempre verde de la vida”, alimentado por los jugos absorbidos del subsuelo de la sociedad. Su fruto maduró cuando se abría la alborada del poder de la burguesía, que, afanosa, trabajaba en el crisol de Europa, fundiendo y refundiendo con violencia el metal siempre incandescente, dolorosamente maleable de la historia. Sucedió al sonar en el gran reloj la hora de la apropiación primitiva del capital, cuando América recién nacía como inmensa presa, como hemisferio de la conquista y rapiña, cuando a penas comenzaba la suma de su territorio a la geografía del mundo conocido.


FUENTE: http://www.plumaypincel.cl/ (Esta es una página llena de articulos muy bueno así que se las recomiendo)

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